lunes, 10 de junio de 2013

136. Quironómidos y otros bicharracos

Las grandes ciudades son, de antiguo, hábitat natural de toda clase de bichos, como hormigas, cucarachas, ratas y ratones. A veces se desmadran y entonces se habla de plaga, pero generalmente se mueven discretamente en las horas en que la gente duerme, porque los bichos, como las personas, no quieren más problemas de los imprescindibles.

Madrid no es una excepción y, como noctámbulo recalcitrante, me ha tocado muchas veces estar tranquilamente sentado en alguna terraza al aire libre de la zona centro a altas horas de la noche y, de pronto, observar el avance silente de una auténtica guerrilla de cucarachas. O las maniobras de unas cuantas ratas para saquear alguna basura con disimulo.

El hombre se defiende de estos incómodos intrusos con armas de todo tipo. En la memoria colectiva, las enfermedades felizmente erradicadas como la llamada peste bubónica, que cada tanto diezmaba las poblaciones en la Edad Media y posteriores. En ese tiempo, las ratas campaban por sus respetos por los empedrados de calles y plazas. Fue a finales del siglo XIX cuando, en el marco de las políticas higienistas de la época, se crearon los llamados Parques de Desinfección, coetáneos de los Parques de Bomberos, que fueron puestos en marcha por los ayuntamientos de las ciudades más grandes.

En Madrid, esa unidad especializada en el control de plagas subsistió más de 120 años, con el nombre de Parque Municipal de Desinfección, Desratización y Desinsectación. En mis primeros años como funcionario municipal, el parque lo dirigía un personaje al que apodábamos Quique el Ratas, que era bastante eficiente. Cada vez que encontrábamos algún solar invadido por alimañas urbanas, llamábamos por teléfono a Quique el Ratas, que inmediatamente se ponía manos a la obra. Al día siguiente en el solar no quedaba bicho viviente. 

No volví a tener contacto con ese departamento municipal hasta muchos años más tarde, cuando me hice cargo de la información sobre las obras de la M-30 en la zona del río. La construcción de los túneles a los dos lados del cauce fue una obra de un impacto descomunal. La envergadura de la excavación que se hizo, no se había visto nunca en una zona tan céntrica como la ribera del Manzanares y su imagen recordaba la de las grandes canteras perforadas en zonas rurales. Los hábitats de las ratas y las cucarachas se descabalaron y los animales, hasta que lograron recolocarse, se metían donde podían.

Sucedió en más de una ocasión que nos llamaron por teléfono vecinos aterrorizados, que no podían salir de sus casas porque su portal se había llenado de ratas o lo habían tomado algunas especies de insectos. La primera vez que sucedió, llamamos corriendo al equipo de control de plagas. Gran sorpresa. Quique el Ratas se había jubilado hacía tiempo. Y la unidad había perdido su viejo y pomposo nombre: Parque Municipal de Desinfección, Desratización y Desinsectación. El señor Gallardón y su equipo habían decidido que ese era un nombre arcaico y lleno de connotaciones negativas.

¿A que no saben cómo se llama desde entonces? Pues (agárrense al sillón): nada menos que Unidad Técnica de Control de Vectores. Se lo juro, créanselo, que yo no les cuento mentiras, excepto cuando hablo de mí mismo y no siempre. Los nuevos Insectbusters y Ratbusters  fueron presentados por el Concejal de Seguridad, a la sazón don Pedro Calvo, el 30 de abril de 2004.

Como se explica en esa nota, los efectivos municipales en la lucha contra las plagas pasaron de 6 a 33, y supongo que, en el momento de las obras de la M-30, solucionarían eficazmente las incidencias de las que les avisamos. A mí me hizo tanta gracia el asunto del cambio de nombre que lo empecé a contar por todas partes, como un ejemplo perfecto de la hipocresía que inunda el lenguaje oficial.

Llamarle a una unidad Desratización supone que hay ratas y hay que combatirlas. Eso es algo negativo, sucio, feo. En cambio, el control de vectores es una cuestión aséptica, incolora, inmaculada. Uno imagina a los trabajadores de la primera matando bichos a hachazos con unas batas blancas llenas de manchas de sangre y mugre, y a los segundos como a una especie de investigadores superlimpios y cuidadosos trabajando en ordenadores de última generación.

Por fin, un amigo médico me aclaró de donde venía el nombrecillo de marras. En el mundo de la arquitectura, un vector es una línea recta con una flechita en la punta, que indica una dirección. Incluso yo recordaba que, cuando empezamos en la Escuela, una de las novatadas más extendidas era mandar a los neófitos a la papelería Valluerca, al comienzo de la Gran Vía, a que compraran una caja de vectores. A los que mordían el anzuelo, les precisábamos que debían ser metálicos y de buena calidad. Los de la papelería estaban hartos del jueguecito.

Sin embargo, en el mundo de la epidemiología, un vector es un concepto diferente, también arraigado y consolidado. Un vector es un animal, o factor de otro tipo, que traslada un agente patógeno desde un organismo infectado a otro que antes no lo estaba (tras la intervención del vector, sí). Ejemplos claros: El mosquito anopheles es un vector de la malaria. El mosquito tigre lo es del dengue. Y el rattus norvegicus, nombre de la especie de la rata de alcantarilla, puede serlo de la rabia y otras enfermedades. 
 
No acaba aquí la historia. Construido el parque Madrid Río y con las obras ya completamente olvidadas, recibimos una queja de los vecinos de la zona norte. Como cada año, el cauce del río se había visto asaltado por miríadas de mosquitos diminutos. Los vecinos pedían que se fumigara, como se había hecho otras veces. Conozco ese tipo de mosquitos, me han asaltado alguna vez haciendo camping. Son minúsculos, pero muy molestos, porque te dan como pequeños bocaditos (carecen de aguijón) y se mueven por millones. Llamamos a la Unidad de Control de Vectores y nos hicieron saber que debíamos enviarles el asunto por escrito (eso sí, vía mail).

Aproximadamente diez días después recibimos la respuesta, también por mail. Personados en el lugar los efectivos de la indicada Unidad, habían comprobado que los insectos que formaban la nube que había sobre el Manzanares no eran mosquitos, sino quironómidos y, al no tener este insecto la condición de vector, la fumigación no era tarea de su competencia. Un indicativo más de los tiempos que corren. ¿Imaginan a Quique el Ratas dando una respuesta como esta? Yo no. Pues, tal como me sucedió, así se lo he contado.

2 comentarios:

  1. Bueno, es que, según el jefe de la unidad de vectores, los quironómidos no pican, son unos mosquitos gordos y tranquilones, se deben de alimentar del aire, supongo. ¿No dices nada de las polillas? Hay una invasión este año; pero dicen los expertos que eso es síntoma de que tenemos un "medio ambiente" muy propicio; pero no se van a quedar aquí, dicen también los entendidos que vienen de África y están de viaje con destino a Noruega. No creo que sean competencia de los "cazafantasmas" de la Unidad Técnica de marras, tampoco.

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    1. No son polillas sino mariposas gamma, en tránsito a Noruega como cada año. Mi tía Lola decía que daban "buena sombra" y no había que matarlas. De niño me acostumbré a cazarlas con la mano con mucho cuidado y liberarlas en alguna ventana. Ayer al volver a mi casa libré de su encierro a seis. Un animal tan pequeño, capaz de hacer ese viaje extraordinario cada año, porque así está impreso en su código genético, es un ser que no deja de suscitarme una cierta ternura. Como los perritos de las praderas, que cada equis años recorren Norteamérica para lanzarse por un acantilado de las costas más alejadas de su hábitat natural.

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