martes, 23 de abril de 2013

118. Mi aventura de escritor II

A partir de La Espalda del Hombre Dormido, escribí unos cuantos relatos más o menos largos, que también distribuí entre los amigos. Y empecé a presentarme a concursos. Mi relato nº 8,  titulado La llamada de África, contaba una historia de amor entre un ingeniero de los que construían los túneles de la M-30 y una negra guapísima del Senegal. Lo presenté al Premio de Novela Corta Encina de Plata 2008 y fue elegido finalista. No ganó, pero me propuse escribir un nuevo relato diseñado específicamente para ganar la siguiente edición de ese premio, del que había comprobado que “no estaba dado”.

Ese fue el origen de mi relato nº 9. Se titula Uno puede, por ejemplo, imaginar un personaje y habla de la difícil convivencia entre un viejo musulmán, que vende sus productos en el mercadillo de la plaza de Atocha, y su nieta nacida en España y completamente integrada en el mundo occidental. Es una historia que se va enrevesando hasta derivar en un final dramático. La propia estructura radial del entorno de la plaza de Atocha deviene en elemento central, inductor de un cierto fatalismo que lleva a todos los personajes a confluir en ella en la escena final, una forma de unificar literatura y urbanismo. Acabé su redacción agotado.

Entonces, para descansar del esfuerzo de escribir una historia tan dura y difícil, recuperé una vieja idea: contar desde dentro una carrera popular. Ese fue el origen de mi cuento nº 10 La Human Race cuyo borrador completé en unos cuantos días. Cuando se abrió el plazo de presentación del Encina de Plata 2009, tenía los dos relatos listos. La Human Race no llegaba por los pelos al tamaño requerido por las bases, así que lo estiré como pude con algunas reflexiones sobre la soledad urbana. Y los presenté los dos. El resto ya lo saben: La Human Race ganó el premio y se publicó en 2010. Estuve dos días firmando ejemplares en la Feria del Libro de Madrid, y uno en la de Badajoz. La noticia del premio salió en los periódicos coruñeses y en uno hasta me hicieron una entrevista telefónica. Un paréntesis: mi relato del moro de Atocha fue tiempo después uno de los tres finalistas del último premio Salvador García Aguilar, pero tampoco ganó: debe de estar gafado.

Pasados los momentos de gloria, algunos de mis lectores más forofos me dijeron que por qué no escribía una novela más larga. Encontré tema para ello en una visita que había hecho a mis amigos del norte de México. Me puse tranquilamente a ello, pensando que, si escribir un cuento me costaba un par de meses, pues una novela sería cosa de unos seis. Es posible que sea así para alguien que no tenga otra cosa que hacer, que se dedique a escribir de forma profesional. A mí me ha llevado tres años. Todo el tiempo sufría interrupciones por motivos personales o profesionales y, en cada ocasión, tenía que retomar el tema empezando por releer lo escrito, para acordarme de lo que ya había contado o no. En fin, los autodidactas caemos en todas las novatadas habidas y por haber.

Aproximadamente el verano pasado conseguí dar por terminada la enésima versión. La hice en un formato e-book para facilitar su lectura y no asustar a los lectores con el tamaño, porque otra de mis novatadas es que me ha salido larguísima. No caí en la cuenta de lo larga que era hasta que le di a la tecla imprimir. Por el agujero de la impresora empezó a salir una serie interminable de folios, que crecía y crecía de forma monstruosa (ya saben que al principio las hojas se inflan, que luego se aplastan y ya no parece tanto). La impresión que me llevé todavía no se me ha pasado. Tres años dedicados a un empeño y de pronto te das cuenta de que te has pasado, que te ha salido una animalada imposible de manejar y gestionar, que has perdido la medida y ese mínimo detalle convierte en inútil todo tu esfuerzo.

Tras esa primera versión en papel, sometí al texto a un par de liftings. La versión e-book sigue siendo larga, pero ya no tanto. La han leído unos cuantos entusiastas que la valoran mucho. Y debo confesar que hay otros que se han atascado por la mitad. Le puse a esta mi primera novela larga un título un tanto pretencioso: Al otro lado del horizonte de sucesos. El título no le gusta a casi nadie, pero alude a una cuestión muy interesante de la física: los agujeros negros y el hecho demostrado de que están rodeados por una superficie que se conoce como horizonte de sucesos. Uno se va acercando a esta superficie y no consigue ver nada, porque al otro lado hay un agujero negro. Pero si la atraviesas, ya no podrás salir nunca de dentro. Y el momento de cruzar el horizonte de sucesos no se nota, porque se trata de una superficie imaginaria.

El motivo me parece muy sugerente y adecuado a la historia que se cuenta. Sin embargo todos mis lectores coinciden en que el título es horroroso y prefieren referirse a mi novela con el nombre del archivo pdf con que la estoy difundiendo: Tijuana Book. Así que estoy tentado de rebautizarla con ese nombre. Desde el verano la he hecho llegar a algunas editoriales, sin ningún éxito por ahora. Es un momento muy difícil y es casi ilusorio esperar que una editorial se lance a publicar el texto de un desconocido añoso, que se ha empeñado en elaborar un ladrillo de semejante dimensión que, admitámoslo, no es el Quijote, ni Los Miserables. Pero yo tengo que seguir peleando, porque es mi naturaleza (como la del escorpión de la fábula).

En septiembre pasado sentí la urgencia de liberarme de la rígida estructura de la novela en que había estado inmerso los tres años anteriores. Y me metí a blogger. El origen de este Blog está, pues, en mi necesidad de escribir textos más cortos y tener una tribuna que me permita esa  relación de proximidad, esa inmediatez que requiere este tipo de escritura. El Tijuana Book está ahora en stand by, pendiente de un último tratamiento de adelgazamiento. El día que lo haga, repasaré mis contactos editoriales y también lo presentaré a algún concurso. Si, como es previsible, no consigo publicarlo ni ganar premio alguno, pues tendré que recurrir a autoeditarme en la red. Para eso acudo a talleres de autoedición.

Aunque con esto del Blog he descubierto una veta que me divierte mucho y que, por ahora, colma mis necesidades creativas, a la vez que me permite practicar y aprender. A lo mejor es que, finalmente, no soy un escritor: sólo un blogger. En cualquier caso, después de lo que les he revelado en estos dos posts, ya se pueden imaginar que no todo lo que cuento de mi vida es cierto. En el fondo, eso es la literatura, entrelazar lo imaginado con lo real, lo trágico con lo cómico, lo serio con lo humorístico, de modo que el lector no acabe de estar seguro de donde empieza y acaba cada cosa. Por ejemplo, en mi post #114, “La camisa de fuerza”, ¿podrían ustedes definir hasta dónde leyeron pensando que el rollo iba en serio?

Sean buenos y no digan mentiras. Y hagan comentarios, coño, que últimamente andan ustedes un poco siesos. ¿Será la primavera?

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